Este breve relato es una crítica no muy positiva del cuadro "La noche estrellada", del artista Vincent Van Gogh. Sin embargo, ante todo quiero aclarar que esa magnífica obra de arte es mi favorita entre las muchas maravillas que creó Van Gogh, por lo que este texto tiene como único fin el uso de la ironía, y no la destrucción del cuadro.
Y tras esta aclaración, os dejo con la lectura.
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Sí, sin duda esa era
una noche maravillosa. La luna está tan amarilla y plana en el cuadro que
parece un trozo de sandía recién sacado de la impresora. Las estrellas
colocadas con gran esmero y precisión, exactamente como si hubieran acabado ahí
tras una interpretación de hip-hop ante el lienzo por parte de Vincent. Y yo
sigo sin comprender las ridículas curvas y ondas del cielo. Estoy entre pensar
que son una forma abstracta de representar la magia nocturna que desprende la
luz de las estrellas como energía en movimiento o, simplemente, el resultado de
un intento de difuminación tras un par de copas de más. Inexplicablemente, me
declino en mayor medida por la segunda opción.
Otra cosa de este espléndido cuadro: ¿en qué demonios
estaría pensando Van Gogh al dibujar el picacho negro ese? A veces me imagino
que se trata de una de esas gigantescas mansiones de verano, idónea para
despeñarse desde el punto más alto, y construida con tal simetría y cuidado
como si lo hubiera planificado el perro de mi vecina.
El pueblo que se ve más abajo tampoco tiene desperdicio;
lo contentos que se van a poner los siete enanitos cuando les digan que ya
pueden independizarse y vivir cada uno en una casa.
Como decía antes, sin duda Van Gogh eligió una noche
maravillosa para pintar esta increíble obra de arte.
Foto: "La noche estrellada", de Vincent Van Gogh
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