Contemplé
el techo de mi cuarto, que se hacía más visible a medida que los primeros rayos
de sol del día se infiltraban por mi ventana. Los números brillantes del
despertador relucían junto a mi cabeza, casi apremiándome en silencio para que
me levantara.
Oí
cómo la puerta de mi habitación se abría lenta y silenciosamente para después
volverse a cerrar. Una figura pequeña y oscura avanzó torpemente a ras del
suelo y trepó a mi cama, deslizándose velozmente entre las sábanas. Al
instante, sentí las frías y diminutas manos de Emma entrelazarse con las mías,
mientras me susurraba:
-Noe, mami dice
que te despiertes. Espera, ¿estás despierta?
-Sí, estoy
despierta –respondí con una sonrisa.
-Ah. Oye, tu
cama es muy cómoda.
-Ya, pero mamá
tiene razón, si no me levanto ahora mismo llegaré tarde a clase. Esta noche, si
quieres, te dejo dormir conmigo.
La
cogí en brazos mientras se le iluminaba la cara en una radiante sonrisa de
alegría ante mi propuesta. Fui con ella hasta la cocina y desayuné.
Después,
me duché, me vestí y me peiné en tiempo récord, tras lo que salí de casa con la
mochila pesando sobre mis hombros. El autobús me recogió en la parada y, como
siempre, me senté al fondo, junto a Javier, que me dio los buenos días con una
sonrisa de lado a lado. Últimamente, esas sonrisas eran más sinceras que nunca,
y su alegría al verme inundaba sus ojos. Realmente me sentía muy a gusto con
él.
Entonces,
la cabeza rubia de Rubén asomó por el asiento de delante y una de sus miradas
descaradas se posó sobre mi escote, como el día en que le conocí.
-Hola, preciosa
–saludó. Fernando, que estaba sentado con él, se dio también la vuelta y se
quedó mirándonos, con aire ausente.
-Hola, Rubén
–suspiré.
-Te veo
estupenda hoy. Por cierto, déjame que te diga que esa camiseta deja adivinar
perfectamente que estás muy bien dotada… como mujer, quiero decir.
Abrí
mucho los ojos ante su osadía mientras Javier bufaba, con el ceño fruncido.
-Eh… gracias,
creo… pero te agradecería que dirigieses tu mirada a mi cara en vez de a mi
camiseta y demás, si no te importa.
-Claro. La
verdad es que tus labios también ofrecen unas vistas de lo más deseables…
-prosiguió envalentonado el joven rubio.
-Rubén, yo…
-Tranquila,
preciosa, no estoy diciendo nada malo –y guiñándome un ojo se dio la vuelta de
nuevo.
No
volví a hablar con él en lo que quedaba de trayecto, periodo de tiempo que
Javier se pasó mirando por la ventana apoyado en un codo, con cara de mala
leche.
El
resto del día en el instituto transcurrió sin incidentes, exceptuando una
pequeña discusión que se produjo frente a una de las cafeterías. Por lo que
pude oír, Jennifer se había peleado con una chica de segundo. Lo que había
comenzado como una simple conversación en tono frío, había acabado en una
pequeña batalla basada en tirones de pelo, patadas y arañazos. Al parecer, todo
empezó cuando la chica de segundo decidió que era una buena idea difundir por
el alumnado la noticia de que Jennifer, que tanto presumía del color dorado de
su pelo, era rubia de bote, y que el padre de la misma no era tan rico como la
joven decía. Y claramente, eso de buena idea tenía bastante poco.
Como
decía, aparte de ese incidente no ocurrió nada más digno de mención… al menos
hasta que tocó el timbre de salida.
Me
apetecía andar, por lo que decidí ir a casa a pie en vez de en autobús.
Caminaba por la acera de una calle solitaria cuando, de pronto, una mano cubrió
mi boca mientras un fuerte brazo me arrastraba hasta un callejón oscuro. Allí,
me empujó contra la pared y sentí un cuerpo pegado al mío, impidiéndome huir.
Un
rayo de luz se colaba entre varios tendales suspendidos sobre nuestras cabezas,
y cuando ese rayo iluminó la cabeza rubia de mi agresor, descubrí con sorpresa
a Rubén, que me sonreía torvamente.
-Vaya, preciosa,
¿nunca te dijeron que no es buena idea andar tú solita por las calles
solitarias?
-Rubén –jadeé-.
¿Qué quieres?
-A ti
–respondió, y yo sentí un escalofrío-. Por ahora, puede que me conforme con un
beso tuyo, y después… ¿quién sabe? Reconozco que tengo muchas ganas de quitarte
esa camiseta tan bonita…
Me
retorcí, pero me tenía muy bien sujeta. Con la mano que le quedaba libre, me
alzó la barbilla, haciendo que nuestros rostros quedasen a la misma altura.
-Rubén… Rubén,
por favor…
-Shhhh… Calla.
No voy a hacerte daño. Te lo prometo. Ya te he dicho que de momento solo quiero
un beso…
Y
dicho esto se inclinó hacia mí, con los ojos ávidos de deseo.
No
iba a lograr zafarme, por mucho que me removiese… Estaba cada vez más cerca, ya
podía sentir su aliento agitado sobre mis labios, y entonces…
No hay comentarios:
Publicar un comentario