Aquella tarde de septiembre el aire tenía ese sabor amargo,
el regusto apergaminado del humo y la tristeza. Él lo conocía bien.
Caminaba junto a su mujer por la fría y solitaria calle,
rodeando sus hombros en actitud protectora y reconfortante, aunque la mayor
pérdida hubiese sido para él.
Mientras andaba, Miguel cerró los ojos, cansado. Su mujer se
detuvo entonces de golpe, cubrió su boca con una mano y, agachándose hasta que
su gabardina se empapó de polvo, rompió de nuevo a llorar, sus hombros estremeciéndose
en sollozos amortiguados.
Miguel se inclinó a su lado, acariciando suavemente sus
cabellos.
—No llores… Por favor,
no llores —le pidió con tono roto. Ella alzó los ojos húmedos y, rodeándole con
los brazos, enterró el rostro en su cuello.
—Eran tan jóvenes,
tenían tanta vida por delante… —gimió entre lágrimas y tropiezos—. Quemados,
Miguel, quemados… Ellos no se merecían una muerte así…
—Lo sé —susurró él,
cerrando los ojos.
—¿Quién habrá podido
hacerles algo así, Miguel? ¿Quién? Tu hermano y su mujer eran buenas personas,
no tenían problemas, se llevaban bien con todo el mundo…
—Fue un accidente,
Marta, ya te lo dije: un fallo en la instalación eléctrica. Hubo una pequeña
explosión y…
—No, no —negó ella,
sacudiendo la cabeza de un lado a otro y abrazándose a él con más fuerza—. Aquel
bombero dijo que habían encontrado restos de gasolina rodeando el cobertizo y
la parte posterior de la casa… Dijo… dijo que fue un ataque premeditado, que
alguien prendió fuego a la casa… ¿Tú… tú no viste a nadie cuando llegaste?
—No, Marta, cuando
llegué la casa ya estaba en llamas —explicó Miguel, frotándose la cara. Su aún
joven rostro mostraba diversas arrugas, fruto de la impotencia y la
desesperación contenida.
—Pero, ¿entonces…?
¿Cómo…? ¿Fuiste tú quien llamó a los bomberos?
—Sí —respondió él—.
Después de que mi hermano me llamara para que fuese a verle me dirigí hacia su
casa, y me la encontré ardiendo… Llamé a los bomberos y después a ti… Ellos
llegaron antes; apagaron el fuego, salieron de nuevo y dijeron… dijeron que… ya
no había nada que hacer.
Marta sollozó otra vez, cubriéndose de nuevo el rostro con
las manos.
—Y los niños… los
pobres niños… pero qué podían haberle hecho a nadie esas inocentes criaturitas…
—lloró amargamente, mientras se doblaba sobre sí misma.
Miguel la ayudó a incorporarse y la estrechó contra su
cuerpo.
—Envidia —susurró ella
de pronto—. Asquerosa y putrefacta envidia. Tu hermano y su familia tenían una
vida perfecta, todo el mundo les quería y les admiraba… Y tu madre… oh, Miguel,
tu madre se morirá del dolor cuando lo sepa… Envidia, los han matado por
envidia…
—No digas tonterías —murmuró
él, mirándola con preocupación. Sin embargo, por un segundo, imágenes de su
hermano bañándose en éxitos y elogios de todas clases atravesó su mente.
Sacudió la cabeza para ahuyentar esos pensamientos sombríos y empujó suavemente
a su mujer para que volviese a caminar—. Vámonos ya a casa. Hoy ha sido un día
demasiado largo. Necesito un tranquilizante y… descansar. Vámonos, Marta.
Esta última frase adquirió casi el matiz exacto de una
súplica, por lo que ella asintió y, limpiándose las lágrimas, se apretó
fuertemente contra él y reemprendió la marcha a su lado.
Diez minutos después, el matrimonio entró en su apartamento.
Las luces estaban apagadas, y ninguno de los dos se molestó en encenderlas.
Marta dejó su gabardina sobre la mesa de la cocina, y Miguel
la imitó. Ella cogió entonces ambas prendas para llevárselas a su cuarto, y al
rodearlas con los brazos arrugó la nariz, sus ojos de nuevo húmedos.
—Mis pobres sobrinitos…
Dios, si hasta tu chaqueta huele a gasolina…
—Estás demasiado
afectada —masculló él—. Vete ya a dormir. Lo necesitas.
Marta asintió, entrecerrando los ojos con dolor. Observó a
su marido, el cual dejaba vagar la mirada más allá de la empañada ventana de la
cocina con aire pensativo.
—No tardes en venir,
por favor —musitó ella—. No quiero estar sola.
Él asintió silenciosamente, sin desviar los ojos de la
ventana, tras la cual el frío mordía a la oscuridad.
Solo cuando Marta se hubo ido de la cocina, Miguel cerró
lentamente los ojos. La imagen de la casa de su hermano ardiendo entre altas
lenguas de fuego, así como el crepitar de la madera a merced del hambre de las
llamas, estaban fuertemente arraigados en su cabeza.
—Envidia —susurró para
el mutismo de la noche, recordando las palabras de su mujer—. Sí, envidia.
Y, sacando de su bolsillo una caja de cerillas que posó
sobre la encimera, salió de la cocina rumbo a su habitación.
Hola, te sigo en potterfics. Me encantan tus dos historias de amor, el disfraz de los cerezos y el color de los sentimientos.
ResponderEliminarEsta me ha gustado mucho, sabia yo que había sido el...
¡¡Hola!!
EliminarJajaja, ¡muchas gracias! Me alegra que te gusten mis historias, ¡a mí me encantan vuestros comentarios!
Como ya dije en Potterfics, dentro de poco empezaré a subir El disfraz de los cerezos por aquí...
¡Un besazo enorme!
Meri
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe encanta! Muy bien escrito... Como viene siendo costumbre ya. Todos teníamos claro que el... Aún así mantiene la tensión ¡Felicidades!
ResponderEliminar¡¡Hola!!
EliminarJejeje, ¡muchas gracias! Sí, caía bastante de cajón que había sido Miguel, pero me alegra que te haya gustado.
¡Un besazo, y gracias por comentar!
Meri
¡Muy bien María! :D Está genial...¡pues yo no me enteré de que era Miguel hasta el final!jajaja qué empanada tengo....
ResponderEliminar¡Hola, Cova! Muchísimas gracias! Me alegra mucho que te haya gustado :$ Jajajaja, a lo mejor me he pasado un poquito con la tragedia... pero qué se le va a hacer :D
Eliminar¡Un beso!
MA.A
¡Hola MeriAnne!
ResponderEliminarQuiero decirte que tu relato lo he nominado a la modalidad "Buena redacción y ortografía" para el premio Maravillas en el país de las historias.
Pasa por tu premio aquí: http://bouofbrodreamshistories.blogspot.com/2014/07/premio-maravillas-en-el-pais-de-las.html
¡Felicidades por estos relatos TAN MAGNÍFICOS y por el premio!
PD: Te pido que lo des a conocer y que porfa me pases el link cuando hayas contestado las preguntas, me encantaría conocer que piensas sobre ello.
¡Besoos!
No puede ser. En serio, esto es demasiado. No solo me nominas a mi primer premio... ¿sino que encima lo haces en dos modalidades? Ya está. Has entrado en mi lista de personas favoritas de todo Internet. Así de sencillo.
EliminarEstoy haciendo un esfuerzo importante para no llenar este comentario de caritas llorando de la emoción, mayúsculas y signos de exclamación para resaltar lo atacada que estoy. En serio, eres genial.
Ahora mismo me pongo con las preguntas. De nuevo gracias por este maravilloso honor.
Un beso inmenso,
Meri