sábado, 11 de enero de 2014

EDDLC - Capítulo 5: El silencio de Javier


Las primeras tres horas de clase habían transcurrido lenta y tediosamente, entre presentaciones, libretas y bostezos. El primer descanso había llegado. Podía ir adonde quisiese, aunque dado que la campana sonaría de nuevo en quince minutos lo mejor sería no alejarme demasiado. Sin embargo, dado que no conocía la zona no tenía ningún interés en abandonar el lugar.

No me apetecía entrar en una cafetería, estaban demasiado llenas. Por tanto, me acerqué a un pequeño jardín que ocupaba la parte posterior del instituto. Allí apenas había gente.

Más relajada, me acerqué a un árbol acariciado por los escasos rayos de sol que nos iluminaban, y me senté a sus pies. Apoyé la espalda en su tronco nudoso y saqué una libreta para dibujar.

Llevaba cosa de cinco minutos garabateando monigotes y caricaturas cuando escuché un grito. Alcé la cabeza y vi a un grupo de chicos de segundo curso rodeando a un joven sentado en el suelo: Javier. Le habían arrebatado un libro, y por lo que podía oír estaban insultándole:

-¡Mirad al invertido, qué culto! Leyendo un libro, vaya viril –se burlaba uno de ellos, mientras los demás le coreaban-. ¡Atiende, fíjate en lo que hago con tus cuentos! –y entonces arrancó violentamente varias páginas, separándolas de la encuadernación y destrozándolas después.

Javier se levantó de un salto, contemplando horrorizado el estropicio. Dio un paso hacia adelante, pero entonces otro de los acosadores le dio un fuerte puñetazo en el estómago que le dejó sin respiración. Me incorporé de golpe, tapándome la boca con espanto. No había nadie más allí, y claramente yo no podía hacer mucho para ayudar.

Javier apenas se había recuperado del golpe, cuando un tercer abusón le dio una potente patada en un costado que le tiró al suelo. Él se sujetaba el estómago con el rostro lívido y gemía entre dientes. Entonces, el chico que había destrozado el libro levantó una pierna para darle un pisotón, pero Javier logró apartarse justo a tiempo, y levantándose de un salto le empujó con todas sus fuerzas.

En ese preciso instante, el señor Roberto apareció por un extremo; en un par de zancadas, llegó a donde se había estado produciendo la pelea y agarró a Javier por los pelos. Los otros chicos intentaron irse, pero se quedaron paralizados ante los gritos de indignación del profesor, que se los llevó a todos a rastras sin reparar en mí.

Me di cuenta de pronto de que había estado conteniendo la respiración, y solté de golpe todo el aire que contenían mis pulmones. Sentía una desagradable opresión en el pecho debido a la preocupación por Javier.
 
 

 

 

Javier no apareció en la siguiente clase. Ni en el resto del día. Sin embargo, nadie preguntaba por él. ¿Es que no se habían percatado de su ausencia?

Cuando el timbre tocó una última vez para indicar el final de las clases, salí cabizbaja y perdida en mis pensamientos. Quizá por ello continué por el pasillo, descendiendo en el tramo de escaleras equivocado. Para cuando me di cuenta ya estaba frente al despacho del director. Iba a dar media vuelta y retornar sobre mis pasos cuando oí el nombre de Javier tras la puerta. No soy una persona especialmente curiosa, pero en ese momento no puede evitarlo y pegué la oreja a la madera.

-…es por tu bien, Javier –decía una voz masculina-. No es bueno para ti empezar el primer día con una amonestación por pelea, ¿sabes? Los chicos afirman que tú les agrediste sin motivo alguno. Vamos a ver, ¿tú estás seguro de que ellos no te hicieron nada, no te provocaron o algo por el estilo? Te doy
mi palabra de que lo que digas no saldrá de aquí, ellos nunca se enterarán –hubo una pausa de varios segundos en la que esperé oír una respuesta que nunca llegó. No lo entendía. ¿Por qué no lo decía? ¿Por qué no se defendía y le explicaba que ellos habían empezado?-. Bien, Javier, supongo que, si no tienes nada que decir, no hay más que hablar. Mañana debes traer la amonestación firmada por tus padres. Adiós.

Me aparté de la puerta y me oculté velozmente tras una columna, justo a tiempo de evitar ser sorprendida por Javier, que salió del despacho cojeando y con un sobre blanco en la mano. Sin alzar la mirada del suelo, se alejó por el pasillo, ajeno al hecho de que yo le observaba, preguntándome por qué habría guardado silencio.

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