sábado, 22 de febrero de 2014

Muerte

       Hoy os dejo un relato un tanto extraño, impreciso, incluso puede que algo macabro. No os extrañéis si no le encontráis sentido, lo más probable es que no lo tenga. Su interpretación es totalmente libre y subjetiva, porque aunque la idea está ahí, los conceptos y los hechos quedan abiertos y sin definir. Espero que os guste o, al menos, que no os horrorice demasiado.


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Es una noche de verano, probablemente de mediados de agosto, aunque él no está seguro. No puede estarlo, ni tampoco le importa. Un número en el calendario sigue siendo eso: un número, una cifra como cualquier otra que puede ser modificada al antojo del sujeto con apenas un par de trazos.
Pero a él no le interesan los números. Camina entre los retazos de raído mutismo que penden de la luna en forma de colmillo. El frío gélido de la noche afilada se cuela entre los resquicios de su abrigo, mordiéndole la piel sin compasión.
Tampoco esto le importa. El frío es algo subjetivo, una realidad inexistente, basada en la ausencia de calor. Nada que pudiese llegar a molestarle.
Sigue caminando, como cada noche, como todas las noches desde hace doce años. Las calles parecen estrecharse en los perfiles arrugados y puntiagudos del fondo, jugando con el temor de los que osan aventurarse a andar en aquellas intempestivas horas sobre los adoquines polvorientos.
En una ocasión, una ventana se ilumina, un leve fulgor apagado, amortiguado por viejas y pesadas cortinas. Un rostro pálido asoma tras el cristal, una mirada oscura teñida de desvelo y preocupaciones.
Él no se detiene, el rostro desaparece tras las cortinas y el fulgor se extingue.
El aire se vuelve denso, remoloneando entre los pliegues de su ropa, tirando de él hacia abajo. Pero sigue avanzando.
Y entonces llega, ve la verja forjada en hierro negro y frío, las altas lanzas que se yerguen como fauces de dientes calcinados.
Empuja la puerta y entra, perdido en el más absoluto de los silencios. Ve las tumbas que siembran el terreno húmedo, los hierbajos que nadie ha descubierto o que nadie se ha molestado en arrancar, los cipreses mortecinos que proyectan sus figuras fúnebres sobre el suelo informe.
Pasa junto a un pequeño mausoleo, un sepulcro que alguien pagó en su día para cobijar el alma perdida de algún pobre diablo con dinero, un empresario, un comerciante, un ingeniero quizá.
Sigue caminando. No se detiene. Nunca se ha detenido en esos doce años, y no tiene intención de estrenarse ahora. Los mismos pasos cada noche, exactamente los mismos. La misma ciudad, la misma verja, el mismo mausoleo, el mismo gato, sí, ese felino azabache que huye asustadizo entre las raíces de un ciprés cercano, esa criatura veloz que vive entre muertos.
Y, finalmente, la misma tumba. Ninguna otra, jamás. No una de las demás, aquellas que rodean el lugar apuntando en todas direcciones con sus cruces maltrechas y sus estatuillas deformadas por la lluvia y el viento.
No. Solo esa tumba.
         Él se detiene, su viaje ha terminado, y lo sabe. Como cada noche, lo sabe. Es consciente de quién está allí enterrada, comprende que sus restos siguen descansando sepultados bajo todo aquel silencio. Aprieta los puños. Relaja las manos. No hay nada que hacer. No existe solución posible.
         Ella no va a volver. La verdad es tan afiladamente cercana, tan desmedidamente lacerante, y a la vez tan desdichadamente real…
         No hay nada que hacer, y lo sabe. Nunca ha habido nada que hacer. Y si no halló la solución en esos doce años, ¿por qué habría de hallarla esta noche? La respuesta naufraga en las mareas impredecibles de su mente.
         Contempla despacio el perfil de la tumba. No hay prisa. Ella ya se ha dado cuenta de que él está ahí. No es solo un ánima que pena vagando en su ignorancia del mundo que corre a su alrededor. Le está esperando. Lleva doce años esperándolo.
         La respuesta siempre es negativa, pero ¿por qué no intentarlo una vez más? Ella vuelve a pedirle que la encuentre.
         ¿Y entonces? ¿Acepta? No, no puede irse aún. Todavía quedan cosas por hacer. Demasiados asuntos que resolver. Muchas personas a las que decir adiós.

         Pero ¿podrá ella esperar para siempre? Tal vez no. Es un riesgo que quizá debería correr.
         Así que, ¿lo hace? Sí, esta vez cree estar seguro.
         Da un paso hacia delante. La tumba está ahí. No se ha movido, pues sería pecado de estulticia pensar que llegaría a moverse.
         Aguarda el momento exacto.
         Alza la vista al cielo.
         Una nube arañada por el paso del tiempo se deja deslizar sobre la luna. La luz pálida ilumina durante un último segundo su figura exánime en mitad de la necrópolis.
         Después, todo se queda oscuro, la nube abraza a la luna y le tapa los ojos con sus dedos vaporosos.
         Y, tras doce segundos exactos, la nube se despide y se aleja lenta, tristemente. La luz vuelve. El cementerio recupera su visión.
         Pero, esta vez, no hay nadie.
 
 

3 comentarios:

  1. Me encanta! Es extraño, pero muy bueno. Un toque abstracto pero con una base bien fundamentada. Felicidades por milésima vez!

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  2. Hola MeryAnne! :)
    Nunca había comentado antes, pero que sepas que me declaro superfan de tu blog! Me encantaría escribir como tú, pero a pesar de que hago pruebas y leo mucho, no soy capaz de imaginar nada con sentido :-[ .
    De donde sacas tanto talento?
    Anonimo
    PD: No dejes NUNCA de escribir. Harías triste a una personita.

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    Respuestas
    1. ¡Hola!
      En serio, no sabes la ilusión que me ha hecho recibir tu comentario. ¡Eres un encanto de persona! ¡Muchísimas gracias! Me has sacado los colores, de verdad. Jajajaja.
      Me halaga que pienses eso de mis escritos ^^ Y te agradezco mucho que te tomes la molestia de leer estos relatos. Significa mucho para mí.
      ¡Y ánimo! Seguro que si te lo propones, podrás escribir todo lo que quieras. Si te gusta leer y escribir, ya tienes hecho gran parte del camino... Solo falta que te pongas a ello ;D Yo, cuando ando escasa de ideas, me dejo llevar, empezando con frases inconexas y sin sentido que, de una forma u otra, terminan transformándose en historias. Este texto mismamente es un claro ejemplo de los muchos desvaríos literarios que sufro a lo largo del día, jajaja.
      ¡Prometo seguir escribiendo siempre! ¿Cómo no hacerlo si recibo comentarios tan maravillosos y motivantes como el tuyo?
      De nuevo gracias.
      Un besazo enorme,
      MA.A

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